Revista
Latinoamericana de Psicoterapia Existencial. UN ENFOQUE COMPRENSIVO DEL
SER. Año 10 - Nº 19 – Octubre 2019.
Escucha y silencio en la relación terapéutica
Prof. Emilio Romero
Joinville, Brasil
Ex docente de varias universidades en Chile y
Brasil
Resumen
En este texto intento dar algunas entradas a
un tema casi ignorado por la mayoría de los enfoques existentes en
psicoterapia, pero que es una cuestión central en la relación terapeuta-cliente. En los tratados
se habla mucho de la importancia de la escucha como algo muy importante en el
proceso, pero no se entra en su trama más propia. Intento aquí dar los primeros
pasos para colocar sus aspectos de primera línea.
Abordo este tema desde una triple
perspectiva: a) desde el psicoterapeuta;
b) el cliente; y c) de las mediaciones existentes entre los dos.
Algunos temas solo fueron examinados como un
primer intento de aprehender lo más propio de cada uno, sin la pretensión que
escotar su importancia para su correcta comprensión, especialmente desde un
enfoque de orientación humanista-existencial, de cuño hermenéutico.
Palabras clave
Relaciones psicoterapéuticas, escucha,
silencio, dicción e interlocución, mediaciones, divergencias y convergencias,
entendimiento y comprensión.
Abstract
In this text I try to give some input to a topic almost ignored by most
existing approaches in psychotherapy, but which is a central issue in the
therapist-client relationship. In the treaties there is a lot of talk about the
importance of listening as something very important in the process, but one
does not enter into its own more intricate plot. I try here to take the first
steps to place your frontline aspects.
I approach this topic from a triple perspective: a) from the perspective
of the psychotherapist; b) of the client; and c) of the existing mediations
between the two.
Some topics were only examined as a first attempt to aprehend
what is most proper to each one, without the pretense of exhaust its importance
for its correct understanding, especially from an approach of
humanistic-existential orientation, of a hermeneutical nature.
Keywords: Psychotherapeutic relations, listening, silence, diction and
interlocution, mediations, divergences and convergences, understanding and
understanding.
Listening already supposes silence, even if the words
of the other echo or provoke reactions, emotions and rejections of the
listener; in this case is a form of reception without expectative.
La cuestión del
silencio en el diálogo en general ha sido bastante descuidada por el discurso
académico; ha sido más descuidado aun en el diálogo psicoterapéutico, donde se
atribuye a la palabra del interlocutor una importancia consustancial a la mutua
comprensión de sus protagonistas. El primero que le concedió importancia en el
diálogo psicoterapéutico fue Freud, quien destacó la posición del terapeuta en
un plano fuera de la percepción visual del paciente; fue con este objetivo que
invento la posición horizontal de su cliente en el diván. El terapeuta opera
como el Grande Otro tanto real como imaginario. Por así decir, el paciente
habla para sus fantasmas, que confirman su presencia con un breve gruñido en
sus costas. Las tres grandes figuras de su tiempo, James, Janet, Ribot, nada nos dicen sobre este tema. Solo Binswanger y Jung publicaron casos, pero desde dos enfoques
diferentes y sin dar ninguna indicación sobre este.asunto.
Estamos convencidos que el proceso de cambio en
el paciente se produce en gran medida mediante el diálogo, más que debido a
cualquier otro recurso técnico (sueño acordado dirigido, psicodrama, invención
de historias mediante el TAT, etc.). Se han examinados diversos aspectos del
diálogo, pero el tema del silencio existente en este tipo de trabajo no ha
merecido ninguna atención digna de destaque, diferente de lo propuesto por
Freud, que, además, él no teoriza mayormente este punto. Raramente las
personas colocan en la dicción lo que las perturba en mayor grado.
Se han destacado los más diversos aspectos del diálogo terapéutico; el poder del verbo, su abertura para la comunicación, sus revelaciones y sus recursos para que el cliente entre en el clima que le permita la llave de entrada para el malestar o sufrimiento que lo aqueja. Y otros aspectos más. Sabemos que un buen porcentaje de personas coloca en el verbo la expresión de sus emociones y sentimientos más profundos; invitado a verbalizar lo que le acontece suele enfrontarse por primera vez con la tarea de la dicción (decir) de algo que está allende de las palabras. Otros hablan “por boca de ganso”, sin colocar en sus decires el fondo afectivo que motiva su procura de un psicoterapeuta.
Para fundamentar un tratamiento centrado en
la interacción entre el terapeuta y su cliente (o de un grupo), considero
pertinente llevar en cuenta tres puntos que nos facilitan nuestro trabajo como
cicerones en un mundo que los dos protagonistas enfrentan; son tres puntos
básicos que ya he expuesto en otro texto (1):
Tres factores
que están presentes en el proceso psicoterapéutico
Antes de todo es el encuentro del cliente con
un profesional calificado
El espacio terapéutico es el lugar
privilegiado de la verdad
Por lo menos facilita la liberación de lo
reprimido, de lo marginalizado, mediante la catarsis porque permite la
expresión de lo emocional
El encuentro con un
profesional calificado
La persona que ha
decidido consultar a un psicoterapeuta no siempre llega confiada a la sala de
consulta. Dependiendo de su carácter y de su visión de la vida, quiere
experimentar para ver. Sabe, además, que no todos los profesionales son
competentes y creíbles. Pero, de cualquier manera, sabe que está necesitando de
este tipo de ayuda, pues es probable que ya haya intentado otras formas de
auxilio sin mayores resultados positivos –tal vez haya pedido consejos
pastorales e intentado contar sus problemas a un
amigo más cercano. Tal vez, en las dos o tres primeras sesiones permanezca algo
reacio intentando aquilatar la disposición y la confiabilidad del terapeuta;
pero luego, respondiendo a la solicitud atenta de su pareja, percibe que está
colaborando con un profesional idóneo y calificado.
Se da cuenta que
está tratándose con una persona que lo acoge, que lo comprende y que lo
acompaña en su propuesta de renovación y de superación de su actual estado. Por
muy enfrascado que esté en su laberinto, ya en los primeros encuentros capta la
diferencia que existe entre una conversación con un amigo (un pariente, un
sacerdote u otras personas de buena voluntad) y el encuentro con un
interlocutor competente.
¿Qué es ser un
interlocutor competente? No es saber hablar con propiedad y rigor –que es lo
que hace toda persona inteligente, bien dotada en el área del lenguaje. Ser
interlocutor competente significa posibilitar en el otro la audición de su
propio decir; es aquel que nos permite captar el sentido de lo dicho por
nosotros mismos –sentido que a menudo se nos escapa por estar acostumbrados a
un parloteo banal o por no sopesar los motivos de nuestra dicción.
Aunque no sea una
relación simétrica –como son o acostumbran a ser las amistades, pues el
terapeuta no coloca su intimidad –el coagente entiende luego que se trata de
una forma de encuentro interpersonal. Yo diría que es tanto interpersonal, en
sentido estricto, como meramente simbólico. Interpersonal porque el
interlocutor calificado está allí, de cuerpo presente, oyendo, acogiendo, cuestionando,
señalando nuevas posibilidades, sirviendo de testimonio de un proceso. El
terapeuta se coloca también, levanta otras perspectivas, investiga en ciertas
direcciones, ilumina pasajes oscuros, coloca cuestiones a menudo embarazosas.
Siquiera en mínima
medida, en la hipótesis menos benigna, el coagente se encuentra consigo en cada
sesión. Es posible que por la presión emocional hable como un papagayo durante
30 o 40 minutos seguidos, pero bastará que el terapeuta, queriendo llevarlo a una
toma de consciencia de su flujo verbal, le diga: espere un momento, ¿quiere
repetir lo que acaba de decirme? Esta simple observación, que obliga al
coagente a reconsiderar su torrente ideo-emocional, le permitirá un contacto
más afinado consigo mismo. Ciertamente no es necesario ir tan lejos, aunque no
sea inusitado que tratemos con individuos que hablan sin sopesar el sentido de
lo que dicen.
El sólo hecho de
otorgarse el derecho de exponer su intimidad al otro, en la certeza de estar
siendo comprendido, ya es una forma de contacto con su realidad más propia.
Este puede ser el comienzo de una forma de afinación con su ser más genuino,
inicio que puede tornarse su forma predominante de ser, dependiendo del
desarrollo del proceso de transformación.
Es también un
encuentro simbólico: un encuentro con el otro. De una cierta manera este otro
es el gran otro; ese otro que está en todos nosotros como presencia inexorable
y como ausencia igualmente inexorable. Es aquella forma de lo humano que nos es
más familiar e igualmente la más extraña.
El terapeuta
encarna este otro. Lo encarna en su doble faz: como un ser familiar, en el cual
se confía la intimidad y se espera una ayuda, y como un ser extraño, que
permanece velado en los aspectos más significativos (preferencias, proyectos,
necesidades, tendencias, historia personal).
El espacio terapéutico como el lugar
privilegiado de la verdad.
Cuando nos
indagamos sobre los beneficios del trabajo terapéutico para quien decide esta
forma de desarrollo, surgen varias justificativas que valorizan este
emprendimiento. Ya indiqué uno –el encuentro interpersonal y consigo mismo,
encuentros cada vez menos frecuentes en la sociedad técnica de masas. Los
actores acostumbran a avaluar los beneficios por los resultados; de manera que
indican una serie de efectos que la psicoterapia provoca (entre otros: la cura
de síntomas, la superación de conflictos, una comprensión más profunda de sí
mismos y de otros).
Sostengo que el
beneficio inmediato de este tipo de trabajo surge de la índole esencial del
espacio psicoterapéutico: él se tornó el único lugar donde las personas pueden ser verdaderas. Digo enteramente
verdaderas, sin ninguna restricción externa, sin ningún temor de ser
presionadas a usar máscaras, hablar medias verdades, disimular tendencias y
tácticas. Pueden tornarse verdaderas incluso estando condicionadas por las
mentiras; trucos y artimañas sociales. La única restricción para el ejercicio y
la búsqueda de la verdad reside en las limitaciones de la propia persona,
frecuentemente alienada y mistificada en una visión errada de la vida – visión,
es verdad, que el sistema social fomenta.
Desde el
principio, en el momento del contrato, el terapeuta enfatiza a su cliente que
uno de los objetivos básicos del trabajo terapéutico es saber convivir con las
realidades básicas que configuran las verdades de su vida. Muchas de estas
verdades no encuentran aceptación en los diversos ambientes que el sujeto
frecuenta, viéndose obligado a una reserva cautelosa ante personas que él a
menudo estima.
Le decimos: en
este lugar, a diferencia de cualquier otro, usted puede ser enteramente
verdadero. Aquí no hay censura de ninguna especie. Puede expresar cualquier
deseo y fantasía; el terapeuta no juzga ni condena. Puede revelar cualquier
evento y hecho relacionado con usted; el oficio del terapeuta es comprender.
Aquí lidiamos con sentimientos, fantasías y eventos que no siempre queremos
revelar, pero que forman la trama íntima de la persona.
Juzgo pertinente
colocar al cliente esta especie de principio orientador de un desarrollo real.
Primero, es un llamado a la autenticidad, casi siempre problemática para la
mayoría de las personas. Segundo, funciona como un presupuesto del
relacionamiento terapeuta-cliente. Tercero, implica un objetivo a ser
alcanzado, conquistado, pues el individuo tiene que ser verdadero no solamente
en el recinto de un consultorio; precisa serlo en todo lugar. La verdad es una
exigencia y una aspiración fundamental del espíritu. No podemos vivir
permanentemente en el plano de la falsedad, de la mentira, de la duplicidad. En
relacionamientos superficiales y puramente convencionales podemos mantener una
discreta fachada, que esconde y disimula nuestro ser más propio. Es lo que
acontece en el ámbito común de los contactos sociales. En este ámbito somos más
personajes que persona – menos individualidad singular y más representación de
papeles.
La catarsis liberadora
Hay una
experiencia bastante conocida por todos nosotros: cuando estamos en alguna
dificultad o simplemente viviendo un momento intenso y peculiar, negativo o
positivo, procuramos aliviar la excitación y la tensión que los eventos nos
suscitan contando a algún amigo lo que nos está ocurriendo. Necesitamos
compartir con alguien los momentos especiales, que nos agitan y conmueven.
No todo lo que nos
afecta precisa ser compartido, ni todas las personas experimentan la necesidad
de sacar hacia fuera lo que las está alterando. La necesidad de expresión de lo
que nos ocurre en un nivel emocional –pues es este el plano más afectado- es
variable de una persona a otra, y aún según las circunstancias que la persona
está viviendo.
Lo que es
conclusivo es: contar a otro digno de confianza lo que nos está afectando tiene
un efecto de alivio. Ya Aristóteles señaló el carácter purgativo y liberador de
la expresión emocional, sea por vía verbal, sea en la forma de la mera
actuación. Todos conocemos el efecto calmante del llanto o de la verbalización
de la rabia, después de un período de gran tensión y contención de las
emociones.
¿Preciso recordar
que algunas religiones han hecho uso doctrinal de este principio? Es bien
sabido que la religión católica usa la confesión como una forma de aliviar el
peso de la culpa por parte del creyente.
Por lo menos dos
puntos tenemos que considerar en este asunto del efecto catártico del diálogo
terapéutico.
Primero, es verdad
que expresar –sea por verbalización o actuación- lo que nos está perturbando
alivia la tensión emocional; el sujeto se descomprime, pero la verbalización
debe mantenerse en un nivel expresivo-emocional para producir los efectos
liberadores. Un hablar que se mantiene en el plano meramente conceptual no
tiene efecto catártico, no importa cuán fuerte sea la referencia afectiva
requerida por el discurso. Por esta razón, el terapeuta está siempre llevando
al coagente para una conjugación de lo emocional con lo conceptual en su
hablar.
Segundo, la
eficacia del proceso terapéutico no reside en su carácter catártico, no es por
esta vía que se produce la superación de la problemática presentada por la
persona. El alivio de tensiones es apenas un factor tranquilizante –lo que
puede ser un paso preliminar en un proceso más complejo; un paso, además,
rápidamente apreciado por el cliente, pues él anda justamente buscando una
ayuda para su sufrimiento anímico.
Incluso algunos
autores objetan que el alivio, tanto cuanto el apoyo dado por el terapeuta, es
un cuchillo de doble filo. Por un lado atenúan la incomodidad psíquica, pero,
por otro puede inducir al cliente a una falsa impresión de cura, cuando, en
realidad, está apenas abriendo un receptáculo para expeler elementos tóxicos.
El origen de la toxicidad no fue atacado.
Esta objeción
tendría alguna validez si el diálogo terapéutico se limitase únicamente a este
objetivo; no se trata simplemente de que el cliente “bote para afuera” lo que
le está preocupando. Hay todo un análisis y un examen comprensivo de lo que le
está aconteciendo. Este examen comprensivo es lo que permite captar y sentir
los problemas de otra manera –sin su toxicidad, para continuar usando esta
imagen.
El terapeuta nunca
es meramente un oído atento; no se limita apenas a oír; facilita la expresión
de los contenidos, sabe llevar el diálogo de manera que el cliente entre en el
asunto que lo está afligiendo, a pesar de todas las dificultades que él pueda
experimentar en la verbalización. El terapeuta es un interlocutor activo, capaz
de mostrar nuevas perspectivas y dispuesta a cuestionar al coagente. En las
primeras entrevistas que sea predominantemente un propiciador, pero después se
torna un participante instigador del proceso de cambio.
Importa señalar
también que no siempre las sesiones son catárticas; hay sesiones que provocan
una inmensa reacción emocional en el sujeto, aumentando su tensión interna,
dejándolo aún más perturbado que en la hora anterior a la sesión. Algunos
coagentes salen hasta irritados con el terapeuta pues “en vez de ayudarlos
parece que les genera más conflictos”. Sólo posteriormente se dan cuenta que
ese escarbar en las heridas formaba parte del proceso de cura.
Las tres vertientes del silencio en la relación
terapeuta-cliente.
El tema que estoy
abordando se da en una triple vertiente:
Por el lado del terapeuta
Por el lado del cliente
Por las mediaciones que el propio diálogo y la relación imponen.
1) Por parte del psicoterapeuta
1)
a) Oír y escuchar. Entender y
comprender.
Ya es bien sabido
que hay una notoria diferencia entre oír y escuchar; oír es simplemente captar
la señal sonora según sea un simple ruido o un enunciado verbal, incluso una
sonata de Mozart. Escuchar implica captar el mensaje sonoro y sentir el efecto
que provoca en nosotros. Escuchar es estar atento a lo que dice el otro para así comprender tanto su
significado como su también su sentido. El significado corresponde a saber
captar el código lingüístico, musical, o
el ruido del ambiente para de este modo entender… Captar el sentido es
aprehender su intencionalidad, lo que excede el significado de lo dicho y lo
oído.
En el inicio de
una entrevista terapéutica, o de una simple conversación, predomina el oír, el
mero entender lo que el otro dice. En el escuchar predomina la comprensión de
lo que otro está diciendo, su superficie y lo subyacente. Entendemos casi todo
lo que circula en el mercado y lo que nos dice el buen vecino; comprendemos
poco lo que por ahí se habla y se transmite.
El terapeuta
procurar comprender la dicción de su cliente, no importa si el habla de su
interlocutor se mueva en el discurso de lo catártico, de desalojar ya en las
primeras sesiones lo que lo aflige; el terapeuta sabe que si él dice algo
pertinente difícilmente será escuchado, solamente oído como un mensaje más; una
vez que el cliente se calme comenzará a dar los primeros pasos de la escucha. Eso
lleva un tiempo variable.
b) Corresponde al terapeuta atenerse al
principio de discreción y parsimonia dialógica, que imponen que no se debe
forzar la entrada en una región del cliente sin que él insinúe que su presencia
es bien-venida. Él sabe que sus palabras tienen resonancias y efectos con frecuencia sorprendentes; y no únicamente
su palabra, también sus gestos, su actitud, sus observaciones, la dirección de
su mirada. La mirada bien puede hablar más que sus palabras. El coagente (o
cliente) percibe si su terapeuta abarca su figura física en su conjunto o si se concentra con alguna insistencia en
un lugar determinado de su cuerpo; lo mismo sabe la terapeuta con respecto a su
cliente; si acoge su mirada o la esquiva, si aparece atraído por una zona de su
cuerpo. De cualquier forma, es la palabra, el lenguaje, que articula el
sentido, no solo el significado, que bien puede perderse en los meandros de un
discurso mal costurado, entrecortado, hecho de retazos extraídos de diferentes
estratos. De ese discurso entrecortado, mutilado desde sus orígenes, el
terapeuta extrae el sentido. Cuál es el sentido del discurso del Presidente Schreber (1906), el famoso caso comentado por Freud? Es el
discurso de un delirante que coexiste con el discurso de la una sensatez
parcial, que bien puede dar la impresión para el lego que lo delirante es “un
mero juego de su fantasía”.
c) El
silencio no se limita a las palabras. Cabe preguntarse si hay silencio propiamente en una relación a dos que
exploran la intimidad del otro que busca en su “mundo interno” los restos de su
galería de momentos y personajes únicos, sin omitir sus naufragios. El
terapeuta habla poco, lo más pertinente, mas está siempre atento al
acontecer manifiesto de su interlocutor
–su sonrisa, el simple huum es toda una frase,
una señal que sigue las pista ofrecida por su coagente.
Habla poco, pero
no se omite de las tácticas de su cliente, pretender postergar la entrada en su
núcleo conflictivo; en estos casos se muestra incisivo, cuestionador, lo desafía
para que entre en su núcleo neurálgico. Vea:
Un hombre de 30
años permanece durante ocho sesiones exponiendo su situación familiar y
amorosa. Admite que para una persona negra, bajito, sin atractivos físicos haya
tenido la suerte de conquistar una hostess de línea
aérea, bonita; ella inclusive ya aceptó su propuesta de casamiento. Su
situación económica es estable, tiene un negocio de frutas y verduras.
Inclusive tiene algunos conocimientos de lengua inglesa en razón de querer
conocer N. York, pero que al final surgieron problemas en el grupo y él
desistió. –Usted desistió de un viaje que tanto deseaba, Jadir? -Así son las cosas, es preciso desistir si
las reglas del juego cambian, no es eso lo que aquí mismo ya colocamos? Ni todo
lo que se desea se consigue. –El tono de su voz me suena a consuelo, hay algo
más en su voz que denuncia una decepción muy fuerte en usted.
Era preciso
examinar esa resistencia de este joven. -Este es un punto que debemos examinar,
Jadir. –Ya pasé mis 50 minutos, profesor. Lo vemos la
próxima sesión, Ok?
- Ok,
Observo que ese episodio es un nudo que precisamos desatar.
En la novena
sesión tiró el paño protector de su herida.
Pero eso es solo
un aspecto. Entré en esa turma que iría para N. York porque mi enamorada ya
había estado una vez en esa ciudad y porque así conocería el famoso mundo
desarrollado. Una vez por semana el grupo de unas 20 personas se reunía para
comentar cosas en relación al viaje. Pero un día aconteció algo tremendo para
mí. En una de esas reuniones me atrasé unos 120 minutos; no sé porque motivo
quede oyendo la discusión de los colegas de viaje. Uno colocó un problema
delicado.
–Todos saben que los gringos son racistas,
tienden a rechazar a los negros que ingresan a ese país, Jadir
es negro, que va acontecer con él y con nosotros si eso acontece?
Me sonó como una
sentencia definitiva: estaba excluido; no iría nunca a ese país de racistas; en
Brasil existe un racismo moderado, pero casi el 50% de los habitantes aquí
somos negros y misturados.. Ok, ese es mi problema…
Y el resto de la
sesión fue un largo silencio; los dos estábamos digiriendo esa confesión, ese
secreto que él rebelaba por primera vez. Su última frase había sonado como un
grito silencioso. Este joven me conmovió hasta las lágrimas; lágrimas
discretas, respetuosas.
2) Tal vez el mayor silencio del terapeuta ocurra
cuando no responde a una indagación de su cliente, o responde con una evasiva
para evitar un efecto que bien podría abrir una herida mayor en quien exige una
respuesta del interlocutor.
Una cliente, (dentista, 32 años, casada 2 hijos
de diferentes maridos) se indaga sobre los motivos de su madre como para
mostrarle su menosprecio y mostrar un claro afecto y preferencia por su hermano
dos años menor. Porque la madre nunca escondió su preferencia por el hermano y
su desprecio por ella. Inclusive le escribe una larga carta para mostrarle como
ella, e incluso su padre, la humillaron de la manera más cruel (vea-se (*). –
- Porque
esta mujer, mi madre, jamás reconoció en mí el más mínimo valor; es cierto que
he cometí un error grave al aceptar un primer casamiento, más ella me detesta
desde que tomé plena consciencia de mi situación, a los 12-13. Podría usted
aclararme esta especie de odio que ella experimenta por mí, si yo fuera la preferida
de mi padre podría entender, pero no soy. Necesito de una explicación para
calmar mi consciencia. Sufre una forma de paranoia focalizada en mí?
- Vamos a examinar su experiencia de humillación
en las próximas sesiones.
Ciertamente mi recusa a proporcionarle la
configuración y origen de su trama familiar exigía una entrada mayor a su
biografía, la única manera de aprehender su génesis y desatar los nudos que la
sujetaban a su sufrimiento.
3) Una de las tareas más delicadas que enfrenta el
terapeuta es como comprender la dicción, lo que dice su interlocutor; ya sabe
que siempre hay algo más por detrás de su dicción, tanto por lo que omite como
por su manera de expresarlo.
De esta simple constatación deriva una de las
importancias de los sueños como ayuda indispensable en su exigencia de una
correcta comprensión de la trama que teje la historia de su cliente. Cada vez
quedo más asombrado por la displicencia de mis colegas sobre la importancia de
los mensajes oníricos, siempre tan reveladores, verdaderas radiografías de las
vivencias que forman la trama humana. Este tema lo volveré a mencionar en otro
parágrafo.
Estos son los
momento de máxima sintonía y convergencia entre los dos protagonista en esta
forma de relación; ciertamente sufre variaciones para más y para menos. De
aproximación y distanciamiento. En la sintonía hasta el dialogo parece no ser
más importante que el sentimiento de proximidad y de contacto. Ni podemos
afirmar que esto sea lo mejor. Entre los
humanos siempre hay una distancia insuperable, que ni la fusión erótica ni los
vínculos amorosos, dos fenómenos diferentes, consiguen anular.
2) Dicción y silencio por parte
del cliente
1) Una primera aproximación a las quejas de
nuestro cliente y los primeros pasos de entrada a su mundo.
Nuestro cliente es
un ser afligido por algo que lo
perturba, que lo perturba por largo tiempo aunque su malestar sea variable, con
fases fuertes y fases moderadas. Los más comprometidos con sus aflicciones
remontan sus conflictos al final de la infancia e inicio de la adolescencia;
otros a más recientes reacciones y a situaciones traumáticas –fobias,
deficiencias, perturbaciones sexuales específicas (pedofilias, masturbación
compulsiva, etc.) reacciones alérgicas, crisis depresivas y de angustia. Al
consultorio del psicólogo también aparecen personas con conductas que sus
familiares evalúan como extrañas, exquisitas, aunque en diferentes aspectos la
persona parece normal; bien puede ser una persona esquizoide, o un
pre-psicótico.
Los que se
remontan al inicio de la adolescencia son los más difíciles de tratamiento. El
caso de Aurelia (3) se manifiesta a los 13 años; durante 30 años ha ocultado un
supuesto defecto de sus piernas. En esa fecha descubrió que sus piernas era
defectuosas, piernas de mosquito, largas y flacas; jamás podría usar algo que
delatase su deformidad, ni pantalones, ni faldas debían revelar su defecto
monstruoso.; nunca podría enamorar; lo primero que parecen apreciar los hombres
en una mujer son sus piernas. Vive con sus padres, que son personas que nunca
mencionan cuestiones privadas desagradables. Ella vive su drama en silencio.
Por primera vez se atreve a exponer su drama ante un profesor que le inspira confianza y competencia para
aliviarse siquiera en pequeña medida de su complejo.
La exposición de
su historia es muy linear, casi rectilínea. Discurre sobre sus pasatiempos, su
gusto por la música y las artes, las conversaciones con sus únicas tres amigas,
sin nunca sobrepasar sus propias reservas; “no se puede confiar en las
personas, cualquier información más íntima puede ser usada en contra”.
- Nunca se
interesó por un relacionamiento sentimental que tal vez correspondiera a su
sentido de la reserva?
- Sentimiento en
el sentido de compromiso amoroso? No, nunca pensé que pudiera acontecer
conmigo. Tengo una relación de cariño muy grande con un primo que vive en mi
patria de origen, pero él es sacerdote; ni él ni yo podríamos pensar en algo
que sea una simple amistad cariñosa.
Le insisto en este
punto; hay padres que se apasionan incluso por una freira y terminan en
casamiento.; Aurelia se cierra a esta posibilidad.
Todo en ella se da
en un campo de cierre de posibilidades; vive en un círculo sin salidas. En el
círculo de sus padres impera la misma ley: hay zonas cuya exploración está
prohibida. Ese círculo cerrado se implantó con el suicido de su hermano menor,
hace 20 anos. Después de su muerte nunca se mencionó su nombre: desapareció de
la memoria familiar.
De manera muy
abreviada esta es la historia de esta mujer de movimientos, gestos delicados y
rasgos corporales finos y agradables, agradables para cualquier hombre.
Solo me restaba
escucharla y estimular su sentido de libertad y así tomar iniciativas para
descomprimirla y abrir la posibilidad de una realización en abierto. ¿Qué
conseguimos en los dos años de tratamiento? No fue mucho, pero fue algo que ya
estaba en germen en ella: precisaba tomar consciencia que la ausencia del
otro-masculino tenía su precio, pero la vida de las freiras mostraba que no era
algo imposible, pero ellas tenían el amante ideal: la figura de Jesús, cuya
compañía Aurelia también tenía.
2) Es importante que el cliente se abra a la
escucha de su propia dicción; generalmente habla desde un lugar dislocado, que
no corresponde a lo más propio de sí; en estos momentos representa la voz y los
dictámenes de los otros –de su familia, de los que imponen su figura en el
ambiente social, son las figuras de la feria, del mercado.
El cliente precisa
irse liberando del imperio del otro; irá lentamente haciendo su proceso de
desalienación, proceso nunca exento de recaídas y de pérdida de sí por las
imposiciones del ambiente.
Ciertamente ni
todos los que solicitan una psicoterapia son seres sin sentido crítico del
mundo en que habitan y de sus propias necesidades más auténticas. Cuadros
sintomáticos diversos, con factores orgánicos y físicos manifiestos, disparan y
configuran conflictos persistentes que llevan a la persona a un encerramiento
en los intramuros de la interioridad sofocante. Acabo de mostrar el caso de
Aurelia. Hay casos clínicos aún más complicados.
Este abrirse al
llamado del sí mismo, o de lo inconsciente, como diría Freud, va aconteciendo
gradualmente; demanda tiempo, exige una mayor comprensión de si, de nuestras
necesidades y demandas y de los intereses que movilizan nuestra motivación.
3) Existe la barrera de las expectativas no atendidas por parte del
terapeuta; el terapeuta escucha, pero no responde a la demanda de una respuesta
en relación a cual sea el camino de la cura, del cuidado que permite la
eliminación de lo perturbador, de lo que persiste como “una espina en la
carne”, como gustaba decir Kierkegaard. Algunos terapeutas gustan dar pistas,
proponer vías de tránsito más expeditas, con peajes y curvas previsibles. Solo
las indican. NO intentan imponerlas como una cartilla de receta médica o de
quiromántico que anota las indicaciones de líneas dibujadas en cada mano. Es
cauteloso, inclusive si su trabajo es de consejero circunscrito a problemas
específicos, como acostumbra acontecer en psicoterapia de parejas, cuyos casos
generalmente exigen un mayor cuestionamiento por parte del terapeuta –lo que no
supone que sea directivo.
3) Las mediaciones que imponen el diálogo y la
relación terapéutica.
1) De diversas maneras las mediaciones más
frecuentes que existen en la relación psicoterapéutica ya están indicadas en
las páginas anteriores. En todo relacionamiento humano, sea con otras personas
o con factores materiales, existen mediaciones
que tanto facilitan la relación como la obstaculizan o la mantienen en una
tensión ambigua. Entendemos que en una relación cualquier su propuesta está
sujeta a factores que operan como lazos o puentes de contacto, incluso si la
relación se presente como algo directo, hecho de una sola pieza. Los amantes
gustan pensar que el amor que experimentan mutuamente es algo que los une por
la simple inspiración de una sintonía sin puntos de separación, inclusive si la
dinámica de la relación les muestre que esta idea es una simple ficción. Habría
una substancia sutil que los uniría, inclusive si sus diferencias y
malentendidos disparan todos los días.
2) En la relación terapéutica las mediaciones
se presentan de diversas maneras, pero ahora me interesa solo destacar la
mediación de la presencia del otro con su respectiva demanda y la mediación del
lenguaje en su dupla faz: como revelación y como ocultamiento. En estas dos
expresiones hay zonas sombrías y oscuras que imponen el silencio.
La procura de un
terapeuta implica la demanda de ayuda para encarar un malestar que perturba a
la persona. Precisa de la mediación
de un psicoterapeuta para tal vez así conseguir superar lo que lo perturba. Él
ignora el origen de su malestar o le atribuye algunas causas según sea lo
sintomático; supone que los tratamientos médicos de tipo puramente orgánico y
farmacéutico no son los más indicados, incluso si alivian algunas
manifestaciones –disminuyen su ansiedad, mejoran su ánimo depresivo, aquieta
tendencias obsesivas, calma su irritabilidad y sus miedos fóbicos. Y otros
malestares aún peores. Precisa de la mediación
de un terapeuta que descubra y luego le ayude a superar lo que estaba en la
estructura de sus vivencias y en el desarrollo de su historia. Es un trabajo en
común, en su dupla responsabilidad.
3) Sin embargo, incluso si la relación en la
interlocución se da en el lenguaje, hay en su seno otras mediaciones que son
indicadores de lo afectivo-emocional y de la dificultad para colocar en las
palabras el acontecer más íntimo. Hay factores que facilitan u obstaculizan la
expresión a nivel lingüístico lo que acontece en el cuerpo y en su estructura
vivencial. El temperamento muestra facilidad para expresar lo que siente, pero
esta facilidad no es suficiente para establecer el puente entre su locución y
las fuentes que perturban el movimiento de su dinamismo psíquico.
Es frecuente que
ese acontecer psíquico se manifieste más por lo que surge a nivel somático que
verbal. Es lo que ha mostrado la técnica del Focusing
teorizada y aplicada por E. Gendlin. La hipótesis de
este autor es que lo somático vivido por la persona es un lenguaje más efectivo
que el lenguaje en la interlocución. La mediación del lenguaje sería hasta un
obstáculo más que un facilitador.
Es una tesis digna
de consideración, bien argumentada y demostrada por su autor. De todos modos
siempre está la presencia de un mediador, no importa si no es terapeuta. Esta
observación vale igualmente para otras técnicas como son el Exacami, o Exploración activa del
campo imaginario, el uso del TAT como una técnica de creatividad por la
invención de historias. (4).
Está presente
también la intervención del tiempo en
el proceso de cambio. Los dos interlocutores esperan algunos cambios positivos en quien solicitó la ayuda; hay
terapias breves que focalizan el tratamiento en una área determinada; hay otras que se deja en abierto la duración; si los cambios no
acontecen en un tiempo esperable, bien puede surgir una reacción de impaciencia
e incluso de descrédito en el tratamiento. Un porcentaje considerable de los
clientes solo consiguen aliviar lo perturbador, especialmente si el factor
estructural reside en trazos de carácter que ya operan como formas de
adaptación, no importa si estas formas hayan resultado negativas como lo
muestra la biografía de la persona. Los conceptos de transferencia y
contra-transferencia, así como el de defensas egoicas,
no pueden ser ignoradas en todo tratamiento psicoterapéutico, sobre todo si
estos fenómenos son ignorados por preconceptos doctrinales. Terapeutas
existenciales reconocidamente competentes los han reconocidos, como es el caso
de Irvin Yalom.
A título de síntesis
He examinado los puntos centrales del tema propuesto. La relación terapeuta-cliente se da en alto grado a través del lenguaje y de la presencia de los interlocutores empeñados en el propósito común de liberación de algunos factores vivenciales que perturban al cliente, ya enraizados en la biografía del cliente o son reacciones recientes antes eventos adversos (fin de un casamiento, pérdida del apetito sexual, fobias, reacciones psicosomáticas, ansiedad persistente, etc.) Mi intención fue destacar la dicción del cliente y la escucha del terapeuta en mutua interacción, con sus líneas de convergencias y divergencias, inevitables en toda relación incluso si los dos interlocutores persiguen objetivos en común. Forma parte de la dialéctica de toda relación dar-se en términos de mutuo entendimiento y de desentendimiento según sea la dinámica de la interacción.
Me interesó examinar la relación con sus zonas de silencio, de pausas, y de efectos de una escucha variable según sea el grado de entendimiento entre los
protagonistas, grados igualmente variables según una serie de mediaciones inherente a toda relación.
Informaciones:
(1) La historia de Jadir está expuesta en mi libro “Neogenesis”.
(2) la historia de esta joven está más completa en mi libro “Neogenesis”
(3) La exposición del caso Aurelia está en mi libro “El encuentro de sí en la trama del mundo” 2003. São Paulo.
(4) El Exacami es un ejercicio de creatividad que explora los sectores más profundos del campo imaginario; es parecido al “Rêve eveillé” propuesto por R Desoille (1936)
Curriculum:
Psicólogo. Ex profesor universitario. Presidente de asociaciones. Miembro fundador y miembro de honor de ALPE. Escritor y autor de libros de la especialidad.
Correo de contacto: emiliorom@terra.com.br
Fecha de entrega: 30/06/2019
Fecha de aceptación: 25/07/2019